dissabte, de febrer 28, 2015

Arquitectura i espiritualitat: Darrera el rastre de Déu des de l'habitació a la Ciutat Celestial

(CatalunyaReligió) El passat curs, la Revista Labor Hospitalaria (Sant Joan de Déu), em va demanar un article sobre arquitectura i espiritualitat. L'escrit va aparèixer a finals de 2014, al número 310, i duia per títol "Arquitectura i valors: Darrera el rastre de Déu des de l'habitació a la Ciutat Celestial" (es pot adquirir aquí). Com indico en el resum:
"Al llarg de la Bíblia, Déu sempre s'ha mostrat reticent a ser encotillat en un espai determinat (2 S 7: 4-7), de fet, una constant dels primers cristians va ser l'afirmació "Déu no habita en temples fabricats per mans humanes ". Fins i tot en el llibre de l'Apocalipsi s'afirma que en la visió de la Jerusalem Celestial "no hi havia temple" (Ap 21:22). Porta aquesta actitud a afirmar que no hi ha espai sacre en el cristianisme? Esbossarem en aquest article una resposta cristològica des de diferents escales projectuals: l'habitació, la casa, la ciutat i l'escatologia."
Ja que seria deslleial per part meva publicar ara on-line l'article sencer, us deixo un petit tastet que és el seu inici per si us animeu a continuar llegint-lo:

"Del corazón a la habitación

 “Ayer por la noche, poco antes de ir a la cama, me arrodillé de repente en medio de esta gran habitación entre las sillas de acero, sobre la gran alfombra clara. De forma muy espontánea. Me sentía como obligada a llegar hasta el suelo por algo más fuerte que yo” (Etty Hillesum[1])
“Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.” (Mt 6,6)

Empecemos nuestro recorrido espacial y espiritual en su núcleo mínimo, la habitación. Cuando los discípulos preguntan a Jesús “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,37-39) el evangelista no especifica ningún lugar concreto pero conserva en la memoria la hora del encuentro. Habitar en Dios no se refiere primeramente a un lugar físico sino a un dejarse habitar por su Espíritu. El lugar cristiano por excelencia es Jesús mismo. Él es la habitación del corazón, quien sale a nuestro encuentro construyendo un espacio de relación, y ello se concreta primariamente en el hábito de la oración. 
Aclarado este punto, pasemos a su desarrollo arquitectónico. La habitación se entiende como algo construido e implica un saber técnico que responde a unos requerimientos de confort. Incluso hoy en día, hacer una “cédula de habitabilidad” significa primariamente dar cuenta de estos cumplimientos. Pero para que un lugar sea habitable no basta con un techo protector o tener acceso a suministros energéticos. Si la habitación puede compararse a un abrigarse de la intemperie,[2] este abrigo es también una extensión de la persona, a saber, una ampliación de la corporeidad que nos presenta y habla de nosotros, de nuestro ser y estar en el mundo. La habitación no es solo un derecho físico[3] sino, como apuntaba el escritor Ernesto Sabato, también una necesidad expresiva y elocuente del espíritu: “La presencia del hombre se expresa en el arreglo de una mesa, en unos discos apilados, en un libro, en un juguete. El contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro, deja huella a su paso que nos inclinan a reconocerlo y encontrarlo“.[4"

[1] HILLESUM, E. (2010). Diario de Etty Hillesum. Una vida conmocionada. Barcelona: Anthropos. P. 71
[2] Analogía que encontramos en obras como MOLINER, R, (1980) Ropa, sudor y arquitectura. Madrid: Hermann Blume
[3] "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que asegure su salud, su bienestar y los de su familia, especialmente en cuanto la alimentación, el vestido, la vivienda, atención médica y los servicios sociales" (Artículo 25 de la Declaración Universal los Derechos Humanos)
[4] SABATO, E. (2007) La resistencia. Barcelona: Seix Barral